Alcaraz, Sinner y el documental de marras
Al tenis le ha tocado la lotería en un momento de crisis. Carlos y Jannik son dos campeones fascinantes. Si el aficionado común del deporte se había alejado del tenis en los últimos tiempos, el regreso ya es masivo.

No hay que ser un lince del tenis para comprender el alcance de la victoria de Carlos Alcaraz sobre Jannik Sinner en la final de Roland Garros. En realidad, fue la magnitud del juego de los tenistas la que elevó el partido a una cota excepcional. Figura por derecho entre los mejores de la historia, un acontecimiento con numerosas consecuencias. La primera de ellas está relacionada con la percepción del tenis, que ha encontrado a las dos estrellas que lo han extraído del horror al vacío que provocaba la sucesión de la tripleta Federer-Nadal-Djokovic.
Alcaraz y Sinner han devuelto al tenis un nuevo esplendor. Han ganado los seis últimos torneos del Grand Slam, son coetáneos (el español, 22 años; el italiano, 23) y mantienen una rivalidad sostenida por caracteres y estilos casi opuestos. En la gran tradición del deporte, las épocas de oro surgen de esta clase de contrastes. Larry Bird y Magic Johnson rescataron a la NBA del desinterés y la convirtieron en un fenómeno global. Sebastian Coe y Steve Ovett salvaron los Juegos de Moscú 1980 y alumbraron un periodo impactante en el atletismo.
El combo Alcaraz-Sinner ejercerá este mismo papel en los próximos años. Al tenis le ha tocado la lotería en un momento de crisis. Son dos campeones fascinantes. Si el aficionado común del deporte se había alejado del tenis en los últimos tiempos, el regreso ya es masivo. Pocos acontecimientos del deporte igualan el poder de convocatoria que despiertan Sinner y Alcaraz.
La victoria de Alcaraz ha coincidido con la emisión en Netflix de un documental sobre su vida y trayectoria, acogido con reservas y hasta críticas en el mundillo del tenis y del periodismo españoles. Alcaraz, 22 años, no tiene la intención de interpretar el papel de mitad monje-mitad soldado que tanto se predica y tan apreciado resulta en los medios de comunicación.
En los tres capítulos de la serie, Alcaraz se expresa sin dobleces, con sinceridad y simpatía. Pretende conducir la vida y la profesión a su manera, sin ocultar el deseo de disfrutar de la juventud, reflexionando en algún momento sobre el precio que puede pagarse cuando la extrema exigencia del deporte, en su caso una demanda superlativa, amenazan el equilibrio emocional y la salud mental. Lo ha dicho en un país que tiende a metabolizar en primera persona los éxitos de sus deportistas y donde todo quisque se siente con derecho, con una autoridad inexplicable, a dar consejos a sus campeones.
En las últimas semanas se han escuchado comentarios de Toni Nadal –“Si le agobia, que lo deje”-, Carlos Moyá – “Igual se cansa un poco de lo que dice de vivir la vida y le llega la madurez”- o Roberto Bautista –“No creo que Carlos vaya a ganar Grand Slams acostándose a las 7 de la mañana”-. En el subyacente está la referencia a Rafa Nadal, ¿pero qué si Alcaraz no desea seguir el modelo Nadal o ni siquiera perseguir su reguero de Grand Slams? O perseguirlo a su manera.
Del documental, estrenado pocas semanas antes de Roland Garros, poco después de que Alcaraz sufriera una pequeña crisis de resultados, se extrajo la idea de un personaje frívolo, o ingenuo, poco ajustado al jesuitismo y las sagradas obligaciones que por lo visto imperan en las altas cimas del tenis.
La respuesta de Alcaraz ha sido contundente. Venció a Sinner en la final del Abierto de Italia y volvió a derrotarlo en Roland Garros. Desde Wimbledon 2024, el italiano sólo ha perdido contra el tenista español, que ha despertado la iración general por sus innumerables habilidades, la feroz energía competitiva, una cordial deportividad y un carisma que no ite comparación en el circuito.
Por lo demás, después de semanas agotadoras y de asumir la clase de desafíos que laminan hasta la última neurona, Alcaraz no se hizo la foto frente a la torre Eiffel, ni acudió a la nueva fanzone en la plaza de la Concordia. Se fue a Ibiza. El respeto a los aficionados, a la competición y los rivales ya los había mostrado en la pista con un despliegue memorable.
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